Frustración vs depresión
ENFOQUE
Por Felipe Román
Apreciado y amable lector, ese título podría dar la impresión errónea de un enfrentamiento entre la frustración y la depresión. Sin embargo, no es así, sino que, lamentablemente, las frustraciones —que forman parte de la vida cotidiana— se están tratando como si fueran una enfermedad depresiva. Esperamos que, con esta publicación, usted obtenga una percepción relativamente clara del tema.
La definición más sencilla de frustración que podemos darle es la siguiente: reacción desagradable de irritabilidad o tristeza que suele producirse cuando las expectativas de una persona no se cumplen por diferentes causas.
El manejo inadecuado de las frustraciones, que son inevitables en nuestra vida cotidiana, se debe principalmente a la forma completamente distinta en que las abordaban nuestros ancestros, quienes enfrentaban el dolor afectivo con entereza. Por el contrario, en la actualidad, en un mundo mediatizado o superficial, se está viviendo en la era algofóbica, una fobia al dolor; es decir, muchas personas no quieren sufrir ni enfrentar los obstáculos que, como sabemos, se presentarán inevitablemente a lo largo de la vida.
Por ese, y por otros motivos, muchísimas personas, ante la más leve molestia, desean usar un medicamento. Acuden al médico y, como suelen decirle que se sienten desanimados, “tristes”, que no duermen bien y que además sienten un ligero dolor de cabeza, entonces, casi siempre, estas personas logran su objetivo de ser medicadas, principalmente con antidepresivos carísimos, que, si bien pueden dar un ligero alivio, no les curarán. Y estos antidepresivos no los recetan únicamente psiquiatras, sino también neurólogos y otros especialistas.
Estas conductas algofóbicas y teatrales fueron, en esencia, las que motivaron al eminente psiquiatra alemán Kurt Schneider (7 de enero de 1887, Crailsheim – 27 de octubre de 1967, Heidelberg), considerado el padre de la psiquiatría alemana, a señalar en su libro Psicopatología Clínica lo siguiente sobre esta actitud frívola:
“El motivo por el que se dan tantas depresiones que son o que han llegado a ser inauténticas, reside quizás en lo siguiente: aquellos que acuden al médico por motivo de sufrir un disgusto —frustración— constituyen una selección de sujetos de índole negativa. A las generaciones anteriores a la nuestra no se les ocurría considerar tales disgustos como 'enfermedades', para descargarse así de ellos. Y aún hoy día el hombre cabal, que acepta su propio destino como un deber y una responsabilidad, se alza contra tal actitud”.
En ocasiones -muy lamentables- una frustración mal manejada puede llevar al suicidio.
Otro grupo numeroso de personas, en lugar de acudir al médico para manejar sus frustraciones, opta por intentar sobrellevarlas “ahogando las penas”. Esta expresión, surgida en el siglo XVIII, transmite la idea de que, sumergiéndose en bebidas alcohólicas, se logran acallar los problemas como si se “ahogaran” con alcohol.
A través de esta supuesta salida, logran -de manera evidentemente falsa- mostrar a los demás una alegría inauténtica. Aunque no sea usted un estudioso de la conducta humana, probablemente perciba que esas personas “alegres y divertidas”, mientras están bajo los efectos del alcohol o de otras drogas, en realidad están angustiadas y sintiéndose culpables por no tener la valentía de enfrentar su situación frustrante.
Más aún, desean en su fuero interno (conciencia) que alguien -no necesariamente un psiquiatra o psicólogo- detecte la careta con la que intentan mostrarse al mundo y les brinde una ayuda verdadera que les permita disfrutar de la paz que tanto anhelan. Solo así podrán alcanzar la madurez emocional que les dé la valentía de enfrentar las frustraciones, como bien se recoge en la Biblia: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Contrariamente a lo que usted podría pensar, la mayoría de estas personas suelen reaccionar airadamente cuando se les intenta hacer ver que la verdadera manera de superar las frustraciones es enfrentándolas. Muchas personas algofóbicas creen, de forma ingenua, que con la borrachera lograrán ahogar las penas y que los problemas desaparecerán. Sin embargo, no solo no desaparecen ni se resuelven, sino que empeoran.
Otro grupo, en lugar de emborracharse, suele viajar a Europa para supuestamente tratarse en las llamadas “clínicas del sueño”, donde se les induce el sueño durante varios días mediante medicamentos barbitúricos administrados por vía intravenosa. De esta terapia diremos, sin recurrir al cinismo mordaz, que su eficacia es baja y menos gratificante que las borracheras alcohólicas. Con el agravante de que se les había prometido que al finalizar ese “tratamiento” todo sería color de rosa.
Sin embargo, la dura realidad es que habrán gastado una excesiva suma de dinero y, de todas maneras, deberán enfrentar sus problemas. Si, por ejemplo, la situación frustrante es una deuda con una persona o institución financiera, esta seguirá atosigándoles con más presión.
En ocasiones -muy lamentables- una frustración mal manejada puede llevar al suicidio, lo que puede inducir a los observadores a la errónea conclusión de que se trataba de una profunda depresión. Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, se trata de una inmadurez afectiva que impide manejar adecuadamente la frustración.
Tal es el caso narrado magistralmente en los capítulos XII al XIV de El Quijote de la Mancha, donde se cuenta cómo el joven Crisóstomo, astrólogo, rico y bien parecido, se enamora de la pastora Marcela, también rica y hermosa. Ella no corresponde a sus avances, y esa frustración lo lleva al suicidio. Dejó escritos en verso bajo el título “Una canción desesperada”, culpando a Marcela de su decisión.
El gran poeta chileno Pablo Neruda tituló uno de sus libros “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Quien esto escribe no se atrevería a afirmar que tomó ese título de los versos de Crisóstomo, aunque tampoco lo discutiría si usted lo creyera así. Por razones de espacio, no transcribiré aquí las palabras de Marcela, defendiendo su honor y dejando claro que no es culpable del suicidio del blandengue Crisóstomo. Para quien esto escribe, sus palabras alcanzan la categoría de sublimes, y muchos las consideran el primer y más excelso discurso feminista. Le recomiendo, si le es posible, buscar y leer esos tres capítulos de El Quijote.
Conclusión: Las frustraciones no deben ser consideradas una enfermedad depresiva, por más teatral que se presente la persona ante un médico. Mucho menos debe este recetar antidepresivos carísimos por ello. El duelo natural por una ruptura amorosa o el fallecimiento de un ser querido suele incluir tristeza e irritabilidad, pero aunque este duelo sea muy llamativo o teatral, tampoco debe tratarse con antidepresivos.
Amable lector, esperamos que usted decida afrontar sus frustraciones, pues esa es la vía adecuada para alcanzar su estabilidad emocional.
El autor es psiquiatra y general (R) del Ejército
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