Header Ads

El pastel en hoja y la cerveza de manzana

 

MIRANDO POR EL RETROVISOR

Por Juan Salazar 

El dolor es una señal que envía el sistema nervioso para indicar que algo no está bien. Una definición sencilla de lo que tanto nos perturba y angustia cuando esa sensación tan desagradable irrumpe en nuestras vidas.

Y cuando acudimos al médico podemos describirlo como si diéramos la pincelada de un curtido pintor: pinchazo, hormigueo, quemazón, molestia. Y si el facultativo sigue indagando, podemos agregar otros detalles: leve, agudo, intermitente, constante, insoportable, con la especificación del lugar.

Hay fármacos para tratarlo, incluso ya existen las llamadas clínicas o unidades del dolor, donde la persona recibe una atención multidisciplinaria para mitigar sus efectos cuando se torna crónico y ya no funcionan los tratamientos convencionales, con el objetivo de mejorar la calidad de vida del paciente.

Hasta ahora es obvio, amables lectores, que nos referimos al dolor físico. Es diferente si se trata de un dolor emocional. A diferencia del físico, el emocional resulta complicado hasta describirlo, tanto así que en un intento vano por resumirlo, quien lo padece se limita a decir “me duele por dentro” o simplemente “me duele el alma”.

Surge de manera inesperada por una situación familiar o laboral, una enfermedad crónica, ruptura sentimental o un desengaño amoroso, muerte de un ser querido o cualquier otra circunstancia que altere el ritmo de vida.

El dolor emocional genera un sufrimiento o padecimiento igual y a veces hasta mayor que el físico, motivado por un evento doloroso, trágico, traumático o decepcionante. Se manifiesta de manera diferente en cada persona, de ahí la dificultad para tratarlo y gestionarlo. En muchos casos se convierte en un reto de aceptación, adaptación, supervivencia y aprendizaje.

La incapacidad de gestionar un dolor emocional deriva en otros trastornos psicoemocionales que agravan el cuadro, como la depresión, ansiedad, baja autoestima, trastornos del sueño y del estrés postraumático.

El apoyo de familiares, amigos y personas más cercanas es fundamental, aunque hay casos en que se suele batallar en soledad contra un enemigo que se muestra implacable.

Por esa razón, en casos extremos es aconsejable recurrir a la ayuda de un profesional que podría aportar las herramientas necesarias para soportar el dolor, tomando en cuenta que los altibajos son normales.

Lamentablemente, cuando se apela exclusivamente a la medicación, hay personas que terminan atadas a psicofármacos por un tiempo prolongado y hasta de por vida.

Creo que el dolor emocional más difícil de manejar es el causado por otra persona, sea de nuestro entorno o no, como ha ocurrido en este último caso con la tragedia del pasado 8 de abril en la discoteca Jet Set.

Estás convencido de que el autor o los autores de tu dolor deben pagar en la misma proporción por el daño causado. El rencor y la falta de perdón se prolongan por más tiempo de lo debido, generando en ti hasta sentimientos de culpa, si antes olvidabas y superabas con mayor rapidez las ofensas o un daño.

La incapacidad de gestionar un dolor emocional deriva en otros trastornos psicoemocionales que agravan el cuadro.

La incapacidad de gestionar un dolor emocional deriva en otros trastornos psicoemocionales que agravan el cuadro.EXTERNA

El dolor lo sufres con mayor intensidad cuando quien lo provoca lo minimiza, se justifica, se ríe de él y hasta lo enmarca para tenerlo como un hermoso trofeo de recuerdo. Es más intenso, sin dudas, cuando no hay ningún sentimiento de culpa ni de arrepentimiento.

Comienzas a aplicar entonces la decisión de tierra arrasada con todo lo asociado a ese dolor: fotografías, alimentos, lugares, frases, fechas, vivencias y otros recuerdos que parecían imborrables.

Pruebas múltiples maneras para mitigarlo, incluso la tentación de buscar un atajo para evitar vivir el dolor emocional con todas sus complejidades.

En mi caso, con un reciente dolor emocional, cuando afloró la posibilidad de evadirlo, recordé el “quita de mí esta copa” de Jesucristo cuando oraba en el Huerto de Getsemaní, pero también su posterior “hágase tu voluntad” al Padre. Esto se dio poco después de confesar a sus discípulos que su alma estaba triste hasta la muerte, por la inminencia de su arresto y crucifixión. (Mateo 26:38 y 39, Biblia versión Reina-Valera).

Y así permites que el dolor fluya sin interrumpir el proceso, pese a que las heridas siguen a flor de piel. Te concedes la oportunidad de sufrir hasta los tuétanos, aunque sientes que realmente se te desgarra el alma.

Pero un día, cuando menos lo esperas, te encuentras con tu dolor y lo abrazas sin ningún sentimiento de culpa, sin remordimientos. No huyes, aunque antes hubiese sido tu más lógica actitud.

Con ese abrazo sientes que llegó la cura. De pronto te das cuenta que has dejado de sentir rencor. Un día hasta te arrodillas y oras por quienes tanto dolor te causaron, deseándoles bendiciones. Sientes que el perdón ha borrado tu resentimiento y ese deseo de que les pase igual o peor.

Al final entiendes que te has curado por ti y no por quienes te lastimaron. Llegas a la conclusión de que tú eres más que la pelea que libras a causa de un dolor tan profundo. De que perdiendo a veces se gana.

Hurgando en este tema, amables lectores, encontré cuatro reflexiones que pueden ayudarles a definir satisfactoriamente el final de la hoja de ruta de cualquier dolor, por intenso que parezca.

“El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor”. (Fiodor Dostoievski, escritor ruso).

“El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro”. (Concepción Arenal, escritora y socióloga española).

“Uno no se hace grande más que midiendo la pequeñez de su dolor”. (Ernst Wiechert, escritor alemán).

“Detrás de cada cosa hermosa, hay algún tipo de dolor”. (Bob Dylan, cantautor, compositor y músico estadounidense).

A mí particularmente también me ayudó leer salmos en la Biblia. El 34, versículo 17 y 18 es una invitación a mantener la fe en medio de la tormenta de un gran dolor: “Los justos claman, y el Señor los oye; los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido”.

Al final, comprendes que los resultados más hermosos y provechosos surgen de procesos dolorosos. La semilla necesita quebrarse para germinar y producir frutos; las uvas ser trituradas para dar paso al vino; el diamante se forja bajo condiciones de presión, profundidad y temperaturas extremas; y la mariposa debe ser primero oruga y romper la crisálida para emerger con toda su belleza.

Sabes al final cuán pequeño era tu dolor si lo comparas con la persona o la circunstancia que lo motivó.

En mi caso, cuando finalmente abracé mi dolor sin rencor, sin remordimientos y con un auténtico perdón, supe que estaba listo para celebrar con esa extraña combinación de alimento y bebida que llegué a despreciar: Un pastel en hoja y una cerveza de manzana

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.