Sacar de una frustración tu mejor versión


 

MIRANDO POR EL RETROVISOR

Por Juan Salazar 

El 1º de octubre de 1975, los pugilistas Muhammad Ali y Joe Frazier escenificaron una de las peleas más duras y extenuantes en la historia del boxeo, que se decidió por abandono. Era el tercer y decisivo enfrentamiento entre ambos púgiles para definir quién era el mejor. La pelea se realizó en Manila, Filipinas, y fue llamada “The thrilla in Manila” (El suspenso en Manila) por las enormes expectativas que generó debido a la rivalidad de los boxeadores, ya que Frazier había ganado el primer enfrentamiento entre ambos y Ali el segundo.

Debido a la diferencia de horario entre Filipinas y Estados Unidos, el combate se realizó cerca del mediodía, hora de Manila, en el Coliseo Araneta, donde la temperatura superaba los 40 grados.

Hasta el asalto 14 de la pelea pactada a 15 (actualmente son a 12), Ali y Frazier se habían pegado cerca de 450 golpes en medio de un calor sofocante y sin el más mínimo espacio para el respiro, salvo los descansos entre rounds.

Desde el undécimo asalto, Ali le insistía a su entrenador Angelo Dundee que no podía seguir un round más por el desgaste y los golpes recibidos. Eso se repitió hasta el asalto 14, cuando Ali llegó arrastrando sus pies a la esquina y se sentó extenuado en el banquillo. Le dijo al entrenador que definitivamente abandonaría la pelea, porque en realidad, el excesivo calor y la intensidad del combate habían colocado a ambos boxeadores al borde del colapso. Al finalizar ese asalto, ambos contendientes no podían ni siquiera mantener los brazos en alto, mucho menos lanzar golpes.

Thomas Hauser, el biógrafo personal de Ali, reveló más tarde que éste incluso llegó a pedirle a su entrenador Dundee que le cortara las cintas adhesivas usadas para sujetar los guantes y que se los sacara por el dolor insoportable que sentía en sus puños.

Pero Dundee convenció a Ali de esperar y de intentar pararse para el último asalto. Y fue Eddie Futch, entrenador de Frazier, quien decidió detener la pelea ante la imposibilidad de su pupilo de encarar otro round. Ali se paró del banquillo cuando se enteró que había ganado el combate por abandono.

Un Ali extenuado, le dijo a su entrenador en el asalto 14 que no podía ir un round más.

Evoco el final de esta dramática pelea de boxeo porque cuando estaba a mitad de los años que tengo como profesor universitario en la carrera de Comunicación Social, una estudiante se me acercó para decirme que se retiraba debido a la frustración con un docente que la había reprobado en una asignatura.

Me sorprendió porque era una estudiante meritoria y, aunque le dije que entendía su desilusión, la invité a continuar. No lo hizo, cambió de carrera. Lo lamenté mucho porque sabía que tenía todas las condiciones para ser una excelente comunicadora.

Recientemente fui testigo de una situación similar con otra estudiante, con un índice alto y “A” en la mayoría de sus materias cursadas, pero que ahora se enfrenta a la frustración de una asignatura reprobada.

Me confesó muy adolorida que su mayor desencanto es que no podrá graduarse con honores, debido a una calificación que considera inmerecida. Pero me encantó su actitud. Decidió sobreponerse, no rendirse y seguir adelante.

Recordé en ese instante cuando me inscribí en la carrera de Comunicación Social. Tenía también el anhelo de graduarme con honores, pero cuando estaba en ese proceso una empleada de registro me sugirió convalidar cinco materias que había cursado en la academia de donde venía. Así lo hice.

Pero al final de la carrera, cuando estaba en las diligencias propias de la graduación, con el índice más elevado de esa promoción y la emoción de recibir mi título con honores, otra empleada me informó que quienes convalidaban asignaturas no podían graduarse con lauros académicos, algo que no me informaron en registro cuando me inscribí.

Mi desaliento fue tal que estuve a punto de cancelar todo el proceso, tomar otro cuatrimestre para cursar esas materias y así poder cumplir con ese sueño. Alguien me sugirió que no lo hiciera, con el siguiente argumento: “Al final los honores serán en el ejercicio y no porque lo diga un título o lo muestre una medalla”.

Me lleve del consejo. Y hoy puedo decir que mis satisfacciones en el ejercicio del periodismo no han sido determinadas por los honores académicos estampados en un diploma o por una medalla de honor. Incluso en mi segunda profesión, Licenciatura en Derecho, tuve la oportunidad de investirme con honores, pero nunca he ejercido esa carrera y el título lo conservo en la misma carpeta donde me lo entregaron.

A lo largo de mi vida he pasado por procesos extremadamente frustrantes y otros sumamente dolorosos. No niego que pasó por mi mente rendirme o la intención de buscar la vía más expedita para evitar enfrentarlos.

No siempre nuestra existencia será color de rosa. Lo entendí desde ese momento en la universidad. Y sobre ese aspecto, el pasado viernes 19 de septiembre asistí al Segundo Simposio Iberoamericano de Comunicación, organizado por las colegas Marta Quéliz y Saraida de Marchena, presidentas de Fábrica de Contenido y Markatel Comunicaciones, respectivamente. La oradora principal fue la comunicadora hondureña Neida Sandoval, quien compartió en su conferencia una reflexión digna de tomar en cuenta: “De un momento doloroso, puede salir tu mejor versión”.

A veces la vida nos golpea duro, lloramos y sentimos el deseo de tirar la toalla, como Ali frente a Frazier en esa angustiante, dolorosa y extenuante pelea que terminó por abandono de su rival, pero en la que él también estuvo a punto de hacerlo antes.

La invitación es a sacar fuerzas de donde al parecer se esfumaron. Seguir adelante con la mira puesta en superar frustraciones y momentos dolorosos que siempre vendrán, pero que jamás deben entorpecer anhelos y metas.

A esa estudiante solo le aconsejo sacar fuerzas para el asalto final de su formación académica. A partir de ahora, de ella dependerá que sus honores lleguen en el ejercicio, no porque lo diga un pedazo de papel.

Esa calificación no solo debe quedar como un mal recuerdo, sino que, en cambio, debe convertirse en la motivación para sacar de ella su mejor versión.

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