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Una fea manera de honrar al prócer Duarte

 


MIRANDO POR EL RETROVISOR

Por Juan Salazar 

Una de esas noches rumbo a la casa luego de concluir una jornada laboral en Listín Diario, un largo taponamiento en el tránsito obligó al chofer de prensa, Andrés Feliz Ramírez, a buscar una ruta alterna a la avenida Máximo Gómez para caer en el puente que comunica a Villa Mella con el Distrito Nacional.

La elección fue tomar la avenida Juan Pablo Duarte –conocida mucho más por el nombre acortado de avenida Duarte- para caer en el citado puente, tomando al final una bifurcación de la vía al llegar a la avenida Paseo de los Reyes Católicos.

Lo que vimos a lo largo del trayecto fue una vía en estado deprimente. Cada cuadra con montones de basura que al parecer arrojan los tantos negocios instalados en la importante arteria comercial y residentes en las calles con las que forma intersecciones.

Cuando se recorre la avenida Duarte, en su tramo donde está ubicado el “Mercado Nuevo” –que hace tiempo luce más viejo que Matusalén-, el escenario se torna más dantesco, debido a que, a los desperdicios habituales, se suman los restos de alimentos descompuestos que arrojan vendedores, aguas malolientes estancadas y las pésimas condiciones de la vía, sin asfalto en gran parte del trayecto.

La recuperación de la avenida Duarte sería una laudable manera de la Alcaldía del Distrito Nacional honrar al padre de la Patria, tomando en cuenta la importancia que le otorgó Duarte a los gobiernos locales.

En su proyecto de Constitución, el prócer colocó al Municipal como el primero de los poderes del Estado, rompiendo con la teoría de la separación de los poderes del conde Montesquieu, quien los limitó a Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

“Para la mejor y más pronta expedición de los negocios públicos, se distribuye el gobierno en poder municipal, poder legislativo, poder judicial y poder ejecutivo”, planteó Duarte en su propuesta de ley fundamental.

El patricio tenía la firme convicción de que la autonomía política de los gobiernos locales permitiría brindar mejores servicios a los munícipes y dinamizar la economía en esas localidades.

Pero la relevancia que otorgó Duarte a los ayuntamientos, ahora alcaldías, se ha quedado en un anhelo. Tanto es así que ningún presidente de la República ha cumplido la ley 166-03 que dispuso, a partir del año 2005, otorgar un 10% de los ingresos del Estado a los gobiernos locales.

Cuando se recorre la avenida Duarte, en su tramo donde está ubicado el “Mercado Nuevo”, el escenario se torna más dantesco.

¿Cuáles fueron dos motivaciones puntuales de esa ley? Una que el gobierno local es la primera instancia administrativa a la que se dirigen los ciudadanos en busca de soluciones a sus necesidades más perentorias. Y la otra, que el 4% del producto interno bruto (PIB) asignado hasta ese momento a los ayuntamientos era notoriamente insuficiente para que atendieran todos sus gastos operativos, de prestación de servicios y de inversión en las infraestructuras que sus comunidades les demandan.

Esas dos realidades siguen intactas, porque en un país presidencialista como el nuestro, las alcaldías dependen de las migajas que les da el Ejecutivo para atender hasta mínimas necesidades locales.

Por esa razón, las alcaldías incluso han delegado responsabilidades que les corresponden, al Ministerio de Obras Públicas y hasta a instituciones estatales de menor jerarquía, como el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (Intrant).

Debo aclarar sobre este punto que, aunque la insuficiencia de recursos es una limitante, tampoco es una excusa.

Para muestra, un botón. La Alcaldía del Distrito Nacional (ADN) ha realizado desde la semana pasada operativos para adecentar los entornos de hospitales como parte de su plan para recuperar espacios públicos, una decisión loable, pero también un ejemplo de que la soga siempre rompe por lo más delgado.

Hay otras deudas pendientes en la recuperación de espacios públicos a las que el cabildo aplica la expresión francesa "Laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar), como por ejemplo los talleres de mecánica, gomeros y los que entintan cristales de vehículos que ocupan aceras y hasta parte de la calzada. También el estacionamiento indiscriminado de vehículos, incluidos dealers que exhiben sus unidades en las vías públicas.

Y lo que observé en la avenida Duarte no se limita a esa importante arteria comercial. A uno le choca por tratarse de la vía que honra al patricio. Pero quien recorre con frecuencia calles y avenidas de cualquier barrio del Distrito Nacional observa un ambiente similar.

Yo recorro con frecuencia las del barrio Villas Agrícolas, al que sigo atado, aunque me mudé del sector hace tres años. Ese barrio de la zona norte del Distrito Nacional está al borde del colapso debido a la basura acumulada por doquier, las aguas residuales estancadas y a los negocios improvisados que han anulado los espacios públicos.

Si la Alcaldía del Distrito Nacional usa recursos y mueve su personal para desalojar de los entornos de hospitales a vendedores informales que se ganan allí el sustento de sus familias, también podría hacerlo para darle el esplendor que merece la avenida que honra al creador de la nacionalidad dominicana y para corregir otros males que han convertido zonas de la capital en un pandemonio.

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