Déjate querer
Por Juan Salazar
Uno de los momentos que más disfruto es tomar un café acompañado. Y me encanta brindarlo, porque siempre he creído que hay más placer en dar que recibir. Hace unas semanas me sorprendió una compañera de labores con la invitación a tomar esa bebida percolada, pero me dictó antes la sentencia: Yo pago.
Lo que expuse al principio, más ese perfil casi irrenunciable de hombre galante que me ha acompañado a lo largo de mi vida, me colocaron en una posición incómoda. Sin embargo, la colega y amiga derrumbó ese muro con una expresión: Déjese querer.
Fue la segunda ocasión en que escuché esa frase en este año que ya comienza a agonizar. La primera en julio pasado cuando tenía la firme decisión de recibir un año más de vida en bajo perfil, lejos de celebraciones y esos “asaltos” de amigos y familiares tan frecuentes en mi existir cada 12 de julio. La razón: 2025 ha sido un año de duras pruebas para mí y tenía la convicción de que debía someterlo al olvido en todos los sentidos.
Pues les cuento que no me pude escapar. En la casa materna organizaron una pomposa celebración, con la presencia de mis hermanos, hermanas, sobrinos, cuñadas y demás familiares, esa coletilla final que lamentablemente solo se registra en momentos de decesos.
Cuando en un momento le expuse a mi hermana menor Eunice la preocupación que sentía por los gastos de la celebración, me soltó la misma expresión: Déjate querer. Fue un tiempo muy agradable y una decisión acertada no declinar ese lindo detalle. En Estados Unidos, cuando fui a visitar a mis hijos también recibí un agasajo sorpresa por mi cumpleaños, fecha en que familiares y amigos me colmaron con regalos y mensajes cargados de cariño, admiración y respeto.
Al final de un año tan difícil, pero repleto de tantas enseñanzas, he meditado si gran parte de mi vida he evitado que otras personas sean felices agradándome, así como yo lo soy cuando actúo igual con los demás.
En medio de la jornada laboral de la tarde-noche del pasado viernes en Listín Diario conversaba sobre el tema con el fotorreportero y compañero de tantas jornadas periodísticas emocionantes, Jorge Cruz. Le conté sobre la enorme felicidad que mi madre sentía cuando ya en mi adultez me sentaba en sus piernas, me masajeaba los pies, se ponía mis lentes recetados para ver cómo le quedaban y me acariciaba el pelo diciéndome: “Siempre serás mi muchachito”.
El pasado martes se cumplieron ocho años del deceso de mi madre y, justo a las 11:10 de la noche, la hora de ese desenlace tan doloroso, pensé cuántos momentos de felicidad le resté a ella en mi permanente afán de hacerla feliz. Olvidaba que ella también irradiaba felicidad agradándome.
Jorge Cruz me contó incluso ese día, en medio de un elogio que le hice por la foto que me sugirió para este artículo, que suele sentirse incómodo cuando lo reconocen por su trabajo.
Me recordó que, en una ocasión similar, cuando intentó minimizar un efusivo halago que le hizo un alto ejecutivo del diario “Última Hora”, donde laboró al principio de su ejercicio, por una fotografía que tomó, la persona que destacaba sus méritos le dijo: “Te estoy cargando y te vas a poner pesado”.
Cuánta sabiduría en esa frase que retrata como, en esos ejercicios tan frecuentes de humildad y modestia, nosotros mismos nos esforzamos por restarle valor a las metas y los logros alcanzados.
Precisamente, en medio de un reconocimiento que me hicieron por mi trayectoria periodística el 4 de septiembre de este año, un colega sentado a mi lado me sorprendió con la siguiente pregunta ¿Has meditado en alguna ocasión sobre lo que has logrado en el ejercicio de tu profesión? Le confesé que no y que inclusive siempre he sido renuente a recibir reconocimientos por mis obligaciones en los diferentes medios de comunicación donde he laborado en mis 30 años de ejercicio.
Quizás la interrogante fue una manera disimulada del colega recordarme el “déjate querer” que tanto evado por estar tan centrado en las necesidades del prójimo, antes que en las propias.
La expresión también se la escuché a mi compañera de labores en Listín Diario, Ashley Ann Presinal, –ignoro a quién se la dijo porque estaba muy concentrado en el trabajo- unos días antes de informarnos a tres editores que había decidido explorar nuevos horizontes en el ejercicio de la profesión.
De ella siempre recordaré que se me acercaba con un pedazo de bizcocho o una picadera, cuando terminaban agasajos por diversos motivos realizados en un salón contiguo de la redacción. Casi nunca puedo participar porque regularmente son en el horario en que elaboró el resumen para decidir la puesta en página del periódico. Ashley me conminaba a dejarme querer con ese gesto.
Muchas veces olvidamos con la reticencia a dejarnos agradar que, cuando Jesucristo sintetizó en dos los diez mandamientos que Jehová le entregó a Moisés en el Monte Sinaí, el segundo fue “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y uno vuelve a reflexionar sobre la parte “in fine” de algunas expresiones que regularmente obviamos por estar enfocados en el principio.
Sí, primero debes amarte a ti mismo para luego amar en la misma proporción a los demás. Y eso implica dejarte querer por las personas con quienes compartes en diversos escenarios.
Quiero concluirles esta reflexión dominical con otra anécdota. Creo que revelé en un artículo anterior que acostumbro a saludar a mis compañeros de labores con la palabra “paz” mientras recorro la redacción. Hubo una semana reciente, durante tres días consecutivos, en que no pude hacerlo abrumado por un percance que me había robado la paz. “No puedes desear a los demás lo que no tienes”, pensé.
Nadie lo notó, pero al tercer día Yudelka Domínguez, cuando se retiraba tras agotar su jornada laboral, se me acercó, sonriente como siempre, y me dio un efusivo abrazo. Ese solo gesto bastó, sin necesidad de pronunciar una sola palabra, para transmitirme una paz indescriptible.
A partir de ahora no pienso ruborizarme si una dama me propone brindarme un café o decide sorprenderme con cualquier otro halago. Claro, testarudo al fin con la galantería que considero una cualidad inherente a mi personalidad, será en pocas ocasiones.
No trataré tampoco de evitar gestos de agrado por ese afán de prodigarlos yo.
Por supuesto, en la actitud de “dejarse querer” tener siempre presente que jamás se deben perder las oportunidades de brindar afecto, ser empático con las necesidades ajenas y mantener viva esa convicción de que siempre habrá más satisfacción en dar que recibir.
En una serie de reflexiones del actor Jim Carrey recogidas en un vídeo que me enviaron la semana pasada, el comediante canadiense y nacionalizado estadounidense reveló que cuando tenía 28 años se dio cuenta que la mayor parte de su vida la había pasado tratando de liberar a los demás de sus preocupaciones.
Confesó que eso lo llevó a la cima de la montaña, pero también comprendió que al único que no había liberado era a sí mismo. “Atrévete a ser visto en todo tu esplendor”, dijo Carrey en una de sus reflexiones.
Todo ese esplendor que no dejas fluir, hasta que no reparas en un atípico café, un cumpleaños que querías ignorar y terminó siendo uno de los más felices, las adorables remembranzas en otro doloroso aniversario de una partida, una despedida rica en detalles afectuosos y un abrazo oportuno que te puede devolver la paz.



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