Los “blackouts” emocionales
Por Juan Salazar
Una persona me contaba la semana pasada sobre su lucha durante casi tres años con un “apagón” emocional del cual todavía no se recupera. Ha sido una disputa interna intensa con la agenda que su mente intenta imponerle cada día, a contrapelo de sus propios anhelos y designios.
Comparé la desafiante realidad que enfrenta con el “blackout” (apagón general) del pasado martes que dejó a gran parte del país a oscuras desde la 1:23 de la tarde hasta las primeras horas del día siguiente. Toda la desesperación y trastornos que provocó, especialmente en el tránsito y actividades económicas, duraron unas 12 horas.
A muchos les sorprendió el inesperado evento con batería baja en sus celulares y, al quedarse unas cuantas horas sin conexión, eso aumentó la frustración que implica estar marginados por unas horas del mundo virtual.
Luego de restablecido totalmente el servicio energético, leí un debate muy acalorado en la red social Instagram entre afectos y desafectos del gobierno.
Los primeros con la justificación de que en otras administraciones también se han registrado “blackouts” e incluso recordando uno reciente en la península Ibérica. Y los segundos, atacando de manera implacable al gobierno de turno, pese a que en las gestiones de sus partidos ocurrieron con la misma frecuencia.
En una de esas salidas jocosas que suelen tener los dominicanos en medio de situaciones traumáticas sociales, un usuario comentó en esa red social que “por lo menos en mi barrio llegó la luz para chismear”.
Las justificaciones nunca serán válidas porque el anterior también incurrió en lo mismo. Es como defender la corrupción en un gobierno por el cual simpatizas, porque los anteriores también cayeron en esa deleznable práctica. Del otro bando, lamentar que la política siempre se nutra de hacer leña del árbol caído, con esa capacidad tan asombrosa de olvidar yerros del pasado.
El comentario sobre la posibilidad de “chismear” una vez se retoma la rutina, muestra la banalidad que tanto aporta a que problemas, como las deficiencias en el suministro de electricidad, luzcan que serán eternos.
Esas defensas, justificaciones, ataques cargados de amnesia y banalidades por un evento que duró pocas horas, nos muestran cuan atrapados estamos en la “modernidad líquida”, un término que acuñó el filósofo y sociólogo polaco, Zygmunt Bauman (1925-2017), para explicar cómo realidades sólidas del pasado se han ido desvaneciendo.
Bauman, considerado un sociólogo de referencia, acuñó los conceptos de modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido para explicar que los seres humanos vivimos al margen de soluciones definitivas, por estar tan centrados en la satisfacción de necesidades inmediatas, especialmente en este mundo tan veloz marcado por la virtualidad.
El sociólogo polaco explica que ese estado líquido del mundo moderno se caracteriza por la fragilidad de las relaciones y la constante necesidad de adaptación.
En medio de esa liquidez, el consumismo y el afán de validación, especialmente en el mundo virtual, se convierten en una respuesta engañosa y efímera, mayormente para quienes padecen por devastadores “blackouts” emocionales que han llenado sus vidas de desesperanza.
La pérdida de un empleo o las frustraciones por no conseguir uno, la quiebra de un negocio, el deterioro de relaciones familiares, la muerte de un familiar, una ruptura sentimental, una enfermedad catastrófica que llegó sin avisar y cualquier otro estresor de la vida, pueden ser agravantes letales en medio del pesimismo por el futuro de una nación.
En medio de esas circunstancias, el sociólogo Bauman sugiere buscar fuentes de felicidad más duraderas y auténticas, como las relaciones humanas y el crecimiento personal, en lugar de asociar la adquisición de bienes y el consumismo con la realización individual.
La exhortación puede aplicarse también a los gobiernos. Porque otorgar una dádiva, como un “cariñito navideño” u otro bono por cualquier razón, no garantizan la felicidad.
La población anhela soluciones que perduren en el tiempo, no los llamados “paños con pasta” que desnudan nuestras fragilidades como país cuando ocurren eventos como el “blackout” del pasado martes o lo que hizo recientemente la tormenta tropical Melissa a su paso por el territorio nacional.
Pero también trabajar en las conexiones humanas tan desatendidas en sociedades cada día más distópicas y atenazadas por la virtualidad.
En el Informe Mundial de la Felicidad de 2025, los países nórdicos como Suecia, ocuparon los primeros puestos. En un documental titulado “La teoría sueca del amor”, del director italiano Erik Gandini, se plantea que, en Suecia, pese a ser un modelo de sociedad avanzada y con elevada calidad de vida, las conexiones humanas son casi inexistentes.
Al respecto Bauman planteó la paradoja de que teniendo más que en cualquier otro tiempo, actualmente vivimos más preocupados, más tensos y menos seguros.
En lugar de centrarse en la satisfacción individual y material, el sociólogo polaco aboga por profundizar en las conexiones humanas y buscar formas más significativas de interacción y apoyo mutuo.
Frente a la promesa de una vida fácil, reflexiona que el esfuerzo y la superación dotan de sentido a la existencia.
Hay una debacle emocional y mental evidente que ataca de manera prolongada a amplios segmentos de la población, incluidos niños, niñas y adolescentes cada día más ensimismados en su mundo virtual.
Ya en algunos países, conscientes de los efectos negativos que conlleva ese encierro, sin pandemia como la del Covid-19, han comenzado a poner controles para proteger a su población infanto-juvenil, especialmente de juegos online como Roblox, una exitosa plataforma con cerca de 350 millones de usuarios activos mensuales en el mundo, pero potencialmente adictiva.
La peligrosidad de Roblox es que funciona como un gran universo virtual donde cada jugador tiene un avatar, los juegos pueden ser creados por ellos mismos con experiencias nuevas en cada uno y el chateo entre los usuarios.
Entre menores de edad, las horas de contacto con juegos virtuales como Roblox han ido sustituyendo a gran escala las presenciales, con pocos momentos para conexiones humanas.
Esas conexiones humanas tan necesarias en un mundo donde siempre tendremos problemas. Para el citado documental sobre la sociedad sueca, Bauman expuso que “no es verdad que la felicidad significa tener una vida sin problemas. Una vida feliz viene de la superación de los problemas, de la lucha contra los problemas, de resolver las dificultades”.
La felicidad, según Bauman, no se encuentra en la acumulación de bienes, sino en la capacidad de formar vínculos significativos y en la búsqueda de un propósito más allá de lo material.
El “blackout” del pasado martes duró pocas horas, pero un “apagón emocional” se puede extender por años y, a falta de conexiones humanas, hasta por toda una vida.



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